Un nuevo informe revela qué comunidades autónomas están invirtiendo más recursos en hacer de la innovación la base del bienestar social y económico.
Cuando hablamos de innovación, pensamos en Silicon Valley. En Finlandia. En Alemania. O en el Reino Unido. Lo mismo ocurre con la innovación social. La innovación que aporta un valor añadido a toda la sociedad al encontrar nuevas soluciones para viejos problemas: pensamos que en el extranjero hay más y mejor que en España.
¿Contamos en España con los mecanismos para que las innovaciones exitosas dejen de ser anécdotas locales y se implanten a gran escala? ¿Qué comunidades autónomas están invirtiendo más recursos en hacer de la innovación la base del bienestar social y económico?
Esto es lo que ha querido medir en su Informe 2018 la Fundación Cotec para la innovación, que desde que la fundación Ashoka ocupó su vicepresidencia en 2015, incluye cada año un capítulo dedicado exclusivamente a la innovación social.
La entidad se ha centrado en cuatro parámetros (marco institucional, mecanismos de financiación, ecosistema emprendedor y organización de la sociedad civil) para medir la madurez de la innovación social en nuestro país, siguiendo el mismo sistema que empleó en 2016 un estudio de The Economist Intelligence Unit y que dejó a España en el puesto 28 de los 45 países analizados.
De manera general, Cataluña, Madrid y el País Vasco son las Comunidad Autónomas que mejor nota se llevan, con alguna excepción también en Valencia (en financiación, aunque como indica el informe, sus ejemplos más potentes suelen venir de Gobiernos municipales, que ponen en marcha ayudas económicas locales para emprendedores sociales), y en Andalucía, que ha visto crecer espacios físicos de coworking y labs, como La Noria en Málaga o la red de laboratorios ciudadanos Andalabs.
El mensaje principal, sin embargo, es que la innovación social en España y su fomento han estado muy asociados a procesos de ciudadanía y participación civil que, frecuentemente, están liderados por ayuntamientos o por la propia sociedad civil, y no por Gobiernos autonómicos o nacionales. Una sociedad civil colaborativa y organizada, la participación en los procesos de decisión colectiva, manifestaciones, actividad política, el voluntariado… Son la base para activar una actitud generalizada de resolución de retos.
La comunidad catalana, por ejemplo, ha impulsado el proyecto Radares, que desde 2008 atiende las necesidades de personas mayores a través de la autoorganización de residentes de los barrios de Barcelona.
También en Barcelona se encuentra UpSocial, una organización que busca acelerar la respuesta a problemas sociales encontrando soluciones que ya funcionan y poniéndolas en marcha donde más se necesitan. En 2017, Barcelona, Atenas, Estocolmo, Lisboa y Rotterdam unieron esfuerzos para identificar 60 innovaciones a nivel mundial que responden a los retos del desempleo y la exclusión social e importarlas a sus ciudades.
La innovación social en España ha estado muy asociada a procesos de ciudadanía y participación civil, y no por Gobiernos
Innovar socialmente también es eso. Es poner en marcha un proyecto innovador que ya existe en otros países. Sin miedo a adoptar y adaptar lo que funciona.
Y en España sobran los ejemplos. Aquí trabajan personas como Viviana Waisman, que da visibilidad a litigios estratégicos para asegurar una perspectiva de género en la justicia; David Cuartielles, creador de clases de tecnología y robótica al alcance de toda una generación de niños y niñas; Luz Rello, que ha roto el tabú de la dislexia en la infancia; Nacho Medrano, impulsor del “Google” del diagnóstico médico; o Rafael Matesanz, el responsable de que España sea, con diferencia, el país líder en el mundo en donaciones de órganos.
Todos ellos son innovadores sociales que dedican su trabajo a resolver un reto existente con una nueva solución, cuenten o no con las ayudas estructurales que aporta la administración pública española.
¿Qué les mueve? Muchísimas veces, el haber vivido en primera persona el problema que intentan resolver, activando su empatía para asegurarse de que ese problema deje de existir. Pero las ganas no son suficientes. La mayoría de los emprendedores sociales de la red de Ashoka han practicado su capacidad de resolver problemas desde la infancia, en sus casas, con sus padres, tías, primos y abuelas, o gracias a sus maestros en las escuelas. Esa habilidad, que en inglés llaman changemaking, es la de generar cambios positivos más allá del bienestar personal, y es el denominador común de los innovadores sociales.
Pero no es solo una cuestión personal o de personalidad. Las estructuras sociales, culturales y políticas pueden ayudar a que esta actitud sea alcanzable para todos.
Da igual el color político y la ideología. Gobierne quien gobierne, esta es la prioridad. El informe Cotec nos ofrece una guía de cuatro áreas que sabemos hay que incluir en un plan de innovación para que tenga un impacto social. No la pasemos por alto, o España se quedará atrás.
https://elpais.com/elpais/2018/11/13/planeta_futuro/1542122551_218777.html